martes, 1 de octubre de 2013

Dos viejos poemas


Pues bien, un largo rato desde que no he puesto nada aquí. Por las fechas y los últimos acontecimientos que han sucedido en mi vida, me dieron ganas de regresar a este espacio. Y como últimamente ando entre melancólico y nostálgico, me dieron ganas de recordar viejos tiempos. He aquí dos viejos poemas que encontré de mi otro blog. Prometo (¿Pero a quién le prometo? ¿A la nada? ¿Al no-lugar conocido como Internet? ¿A mí mismo? Sé que es otro engaño, en dado caso) que conforme tenga tiempo escribiré cosas nuevas aquí. Un sueño me ha dicho que es hora de volver "a las andadas". Saludos.


PATERNIDAD


El día que murió mi padre
no derramé una sola lágrima.
No imposté una falsa tristeza,
no hubo nostalgia alguna.
Me levanté de la silla
en la que había dormido
 y me puse a mirar el horizonte
de la Ciudad de México
desde la ventana del hospital.
La oscuridad cedía ante el amanecer
y yo sentía algo parecido a la felicidad,
pero no era eso.
Recordé el sueño que tuve
mientras él moría a mi lado:
yo iba en el asiento trasero de un carro
y él iba manejando,
alejándonos de una ciudad
que siempre voy construyendo
cada noche, y en la radio sonaba
una canción de Arcade Fire.
Yo iba en el asiento trasero
y sabía que esa era su despedida.
Veía a través de las ventanas
cómo volvían a la vida
los momentos que pasamos juntos:
cuando todo terminó mi padre no estaba ahí,
y el carro seguía su marcha.
La enfermera me despertó en ese momento,
señalándome con la mirada
que mi padre había muerto.
Y mirando desde la ventana
me puse a escuchar esa última canción.
Su funeral fue ese mismo día,
el entierro al siguiente,
y no derrame una sola lágrima.
Los días han pasado, más gente ha muerto
para mí, estando viva, y no puedo explicármelo,
pero siento esa oscura forma de felicidad
que sentí en el momento.
No he llorado aun,
lo hice mucho antes.

Sigo escuchando esa canción:
toda mi vida he estado aprendiendo a manejar.


***

EL PASADO



Nuestra última conversación
fue como un orgasmo fallido:
se dio todo lo que se podía dar,
uno del otro,  cansándonos rápidamente
ante la furia de las abatidas,
y no hubo el menor grado de placer:
Fue como partir sin decir adiós.

De ella no he vuelto a saber nada
desde hace meses, y no me interesa
saber nada.
Es como buscar a la vuelta de la esquina
las monedas que has perdido a lo largo
de tu vida.


P.S.:

"Paternidad" no se puede entender sin la siguiente canción:

sábado, 29 de septiembre de 2012

Angkor Wat Theme




"他還記得那些消失了的歲月。雖然通過一個塵土飛揚的窗口窗格中,過去的東西,他能看到,但沒有觸及。他所看到的一切是模糊的,模糊的

“He remembers those vanished years. As though looking through a dusty window pane, the past is something he could see, but not touch. And everything he sees is blurred and indistinct."

“Él recuerda esa época pasada.  Como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo, el pasado es algo que puede ver, pero no tocar. Y todo cuanto ve está borroso y confuso.”


sábado, 15 de septiembre de 2012

Into black



“And then I felt sad because I realized that once people are broken in certain ways, they can't ever be fixed, and this is something nobody ever tells you when you are young and it never fails to surprise you as you grow older as you see the people in your life break one by one. You wonder when your turn is going to be, or if it's already happened.”
― Douglas Coupland, Life After God




domingo, 20 de mayo de 2012

Declaración de principios I




No soy un nihilista cualquiera, simplemente soy demasiado escéptico para creer en las cosas en las que los demás creen. Un egotista en el más puro sentido de la palabra.


Es tan raro para mi vivir momentos de tranquilidad como los que vivo ahora. Realmente me siento en un estado de levedad inexplicable. La vida se ha vuelto algo tranquilo, sin exabruptos, sin giros, sin bajadas y subidas (salvo en lo sentimental que algunos achacan a la más elemental química cerebral), sin iluminación alguna en el horizonte. Cada día me doy más cuenta de que gran parte de mis sueños no serán realizados. Sin embargo, esto no me preocupa ya mucho. Estoy aprendiendo a aceptar lo que soy y lo que seré. Aun no acepto totalmente lo que fui porque me cuesta tanto trabajo hacerlo a la luz del que soy ahora.


 Tal vez el mundo me vea como a un ser cerrado sobre su propia concha, un erizo que se hace bolita ante cualquier amenaza. Lo sé y no puedo negar que así sea, en cierto sentido, la forma que tomo ante el mundo en estos momentos. Mas yo no veo qué haya de negativo en todo esto, si bien, algunas personas me han dicho que tiene algo de negativo. ¿Por qué negar lo que soy equivocando el camino y tratando de cambiar hacia algo que no voy a ser? Incluso en mis gestos más groseros y desafiantes hay una verdad propia que no puedo negar por más que a los demás les moleste.


Hay algo un poco perturbador en ver como a uno lo quieren llevar a la uniformidad en las maneras de ser en el mundo. Si un gesto o una acción perturba a un grupo de personas por irrumpir y violentar la uniformidad de las costumbres, uno es rápidamente juzgado y de alguna manera sancionado por cometer la acción. No hablemos de las ideas, pues es aun más perturbador el resultado. Mi pregunta es cómo esta moral de las formas llega a convertirse en una doble moral en donde el resultado inmediato es la represión de toda expresión y la sanción a esta misma por métodos pequeños pero eficaces que no se ponen en tela de juicio no importando que sean peores que la acción misma que se denuncia y reprime.


Hablo de todo esto a nivel personal. Me cuesta mucho trabajo tener este coraje de la verdad, llevar a cabo esta reconversión personal en un mundo en el cual pocas personas están dispuestas a aceptar los costos que conlleva todo esto. Sin duda alguna hay cosas en las que estoy perdido, en las cuales no hay dirección o camino que transitar. Y sin duda es algo extraño sentir que aquellos interlocutores que tienes, en determinado momento, al declarar tu propia visión de las cosas, te miren con reprobación antes de que llegues a expresar por completo la idea que tienes sobre el mundo. Extraño es vivir sintiendo que los demás creen que vives en el error.


Lo único importante que saco de todo esto es que sí este sentimiento es cierto, yo soy el único que puede ser sujeto de las consecuencias de ello. Uno no escarmienta en cabeza ajena. Ya lo decía.

lunes, 7 de mayo de 2012

Radiohead


La noche del 17 de abril de 2012 terminó toda una etapa en mi vida. Parado ahí, con el nudo en la garganta tras el desgarre de mis cuerdas vocales y escuchando los últimas notas de "Street Spirit (Fade out)", supe que todo lo que había vivido hasta ese momento había llegado a su fin. No hay metáfora ni símil para describir o comparar lo que sucedió. Simplemente, en ese punto, tantas cosas se desquebrajaron, la cortina cayó sin aviso alguno y aun sí las cosas estaban incompletas, se vieron determinadas a finalizar de manera abrupta. Y para mi gracia, también de manera amarga.

¿Qué fue todo eso?, me pregunté. No lo comprendía. ¿Ya? ¿Es todo? ¿Realmente eso es todo? ¿Todo por lo que había esperado? ¿Todo por lo que me había esperanzado, por lo que había sufrido, por lo que había delirado, por lo que había trabajado y por lo que había deseado tanto como no lo había hecho en tanto tiempo? Sí, eso era todo.

Ni siquiera se prendieron las luces. Y en la confusión, sin creer todavía que eso había sido todo, fui acercándome más hacia donde estaba el escenario pensando que todavía debía haber algo más. Pero no. Eso era todo. Y con ello también terminaba de manera abrupta aquello que comenzó el 15 de marzo de 2009.

Aquél 15 de marzo del 2009 se dio la primera tentativa de acercamiento que recuerdo. También fue el primer concierto que diera Radiohead en México después de 15 años. Y tal vez, ha sido el concierto más maravilloso al que he ido (miento porque el concierto más maravilloso al que he ido fue al de Portishead en el Corona Capital del 2011) y el que mejor recuerdo. Y aunque fue maravilloso como ya he dicho, también resulto una ruptura para mí y mi vida. ¿En realidad era eso lo que había estado esperando media vida a que sucediera? Sí, era eso y sucedió y entonces me sentí como si uno de los sucesos más importantes de mi vida hubieran sucedido pero a la vez como si ese suceso se viera empañado por una insatisfacción absurda. Pues sí, bien, ellos son Radiohead, ya lo he visto... ¿Pero en serio era eso lo que había estado esperando media vida? Y claro, la tentativa de acercamiento falló. Los dos estuvimos en las mismas coordenadas geográficas el mismo día pero nunca nos vimos. Tal vez sentimos la misma emoción pero no lo sabemos. Y después de ese día me sentí muy diferente en la vida. Radiohead había dejado de ser mi banda favorita.

Siempre había querido conocer a esta chica (siempre había querido conocerte). Pero la suma de nuestras circunstancias y los malentendidos siempre habían evitado que cualquier acercamiento se diera. Lo habíamos intentado un par de veces, fallando en toda ocasión. Yo había sufrido tanto por esa mala suerte y por los delirios que me ocasiona encariñarme con una persona de la que espero mucho sin obtener la mayor parte del tiempo algo. ¿Pero qué hacer? ¿No había, acaso, llevado el viento una hoja del hombro a hombro hace dos años o la semana pasada? No, no había sucedido y esa es la única respuesta. Son las decisiones las que en determinado momento hacen que todo suceda. Y sucedió ese día. Creí que nunca iba a suceder. Pero sucedió. ¿Cómo explicarnos esto a ambos? Es simple. La fuerza del deseo es poderosa y sus caminos son extraños. Tan extraños que cuando el deseo se ve compensado no sabes cómo reaccionar ante esa compensación. Porque las cosas nunca son como esperamos: porque parece mentira la verdad nunca se sabe.

Y es que parece mentira, pero no lo es. Durante tu adolescencia algunas cosas llegan a tener un significado muy especial que cuando por fin estás ante la revelación que has esperado todo ese significado se desvanece. Eso me pasó después del primer concierto de Radiohead. Toda esa aura que le había impuesto la banda a mí adolescencia a través de su música haciendo ciertas vivencias trascendentes se desvaneció ante la inmanencia del acto en vivo. Me di cuenta de que sólo era un par de tíos que hacían muy buena música y nada más. No había en ellos ese halo de divinidad que les había impuesto tras narrar y poetizar gran parte de mis vivencias como adolescente. Sólo eran un par de tíos más. Tocan muy chido pero nada más. Incluso algunas de sus posturas me empezaron a parecer molestas. El velo que tenía se cayó y con él también se fue cayendo mi adolescencia para anunciarme su fenecer venidero. Entré siendo un adolescente a ese concierto y salí sintiendo que algo estaba pasando conmigo. Y todos sabe que a los adolescentes les pasan cosas más no sienten que les pasan cosas. Eso ya sucede cuando te ves resignado a que no te pase nada. ¿Qué hacer entonces? No lo sé. La verdad es que no supe qué hacer y todo lo demuestra.

Si ella me hubiera visto (si tú me hubieras visto) después de ese concierto no habrías reconocido a la persona que hasta cierto punto creías conocer y que ya ha(s) conocido. Mi vida se convirtió en un desastre. De ser un tipo majo y medio sociable con buena voluntad y cierta disposición, una cuenta en el banco y la calificación de joven promesa pasé a ser un alcoholico de mierda al que lo corrieron de la carrera, dejó de escribir, se le cayó el mundo al perder a la persona a la que más amaba, que terminó sumido en la miseria existencial y económica (¿qué no es lo mismo?) y que ya no podía relacionarse con el mundo de ninguna manera. Ah, claro, además de ser patético y un fracaso. ¿Algo más? Ah, sí... ¿Mencioné que ya no podía escribir nada más? Sí, siempre lo hago.


A veces me pregunto qué hubiera pasado... Pero no, es mejor dejarlo así. Lo que pasó, por otra parte, es algo que puedo contar y con lo que puedo exorcizar la frustración. Porque esa es la palabra: frustración. A ver: ¿Me maté tres meses en un trabajo mediocre y mal pagado, soportando a gente molesta y un sistema mediocre, aburriéndome por las tardes y gastando mi valioso tiempo para eso? Dos pinches horitas en donde me quedé con jeta de quépedoconestosvatosysusetlist y sin saber muy bien qué hacer o cómo sentirme porque de plano no la estaba pasando muy bien que digamos. ¿Era eso por lo que había esperando tanto? Era eso que ahora es fácil de olvidar y que prefiero olvidar (aunque a la vez no por la otra parte). ¡Joder! ¡Jamás me había aburrido tanto en un concierto! 


No, señoras y señores, no. No les voy a hacer una reseña de nada de nada. No es mi objetivo. Mi objetivo es un mero trabajo egotista y de resentimiento. Pero tampoco es la explosiva y ditirambica respuesta que alguien más lanzaría. Simplemente quiero decir algo muy simple y muy cierto, que a nadie le interesa, pero que tengo que decirlo en algún lado. Y sí, aquí va.


Radiohead: te odio.


Radiohead: te detesto. Me habéis jodido la vida, me habéis jodido la existencia gracias a su música. Todos los recuerdos dolorosos que tengo tienen que ver con alguna de sus putas canciones.  Cada vez que me sentía triste recurría a cualquier disco para confirmar mi tristeza y hacerla más grande. ¿Cómo les puedo agradecer eso? Me convertí en lo que no quería gracias a vuestras letras y notas. Soy un maldito "creep" y no tengo manera de remediarlo, porque estoy jodido, estoy verdaderamente jodido y soy un jodido energúmeno más en este jodido mundo. Valientes hijos de puta. Lo siento por Jonny, pero por los demás no. Ahora se pueden ir al carajo de mi puta vida.


Hay algunas canciones que seguiré escuchando. Algunas canciones que son sinceras, que fueron sinceras y que no puedo alejar de mi vida. Digamos que es la cuota del seguro por joder mi vida. Lo demás es una mierda. Dejaron de ser sinceros hace mucho. No es que no me haya dado cuenta sino que me quería engañar. Su música se convirtió en una falacia y a mí en un farsante. ¿Cuándo sucedió todo eso? Claro, después de su puto concierto. Me reclamo a mí mismo todo esto como un amante despechado que sabe que todo lo que hizo por la otra persona fue inútil pues fue usado. Un amigo me lo advirtió hace mucho tiempo y no le hice caso. Ya no dejaré que canten por mí. No hablaran más por mí. Os podéis ir al carajo.


La verdad es que lamento tanto haberme conducido así como lo hice en todo ese periodo de mí vida que ha terminado. Fui un idiota, un verdadero idiota. ¿Qué más podría haber sido si sólo quería alargar un poco más el momento de decirme adiós a mí mismo? Lo único que me queda es la tristeza, es el dolor, todo ese sufrimiento que me acarreó meterme en un mundo de lo más falso, querer ser en determinados momentos algo que no era y haberme ido al barranco desperdiciando todo lo que tenía y tuve por el olvido y la nada. Y ahora aquí estoy, listo para ingresar al psiquiátrico más próximo cuando llegue el momento.


Si, también ustedes, queridos amigos. Los quiero demasiado. Pero se tienen que ir al carajo. No, no lo digo por todos. Saben bien de quienes estoy hablando. No había tenido la oportunidad de hacerlo, pero ahora que realmente no me importa ya lo que pase o tenga que pasar, les puedo decir que ustedes también se pueden ir al carajo. Ustedes estuvieron en ese periodo de mi vida y me acompañaron, fuimos del cielo al infierno, de un castillo a otro y las más de las veces me abandonaron o nunca dijeron la palabra que me podía salvar del abismo.   No tengo que reprocharles nada porque no puedo hacerlo dado que fuimos iguales, fuimos lo mismo durante todo ese tiempo. Pero ahora que cada quien ha llegado a ser quien es y que yo también he tomado mi lugar en el mundo, les puedo decir que se pueden ir al carajo de mi vida y dejarme en paz. Porque no somos ya uno sino múltiples. Y ahora, en este despliegue de potencialidades sobre un campo de inmanencia les tengo que dejar en claro que no voy a ser condescendiente con nadie ni me voy a pasar de buena persona y que según sus acciones cada quien obtendrá lo que se merece. 


Sí, tal vez sea el mensaje de una persona inestable y bastante neurótica. Pero no se me puede culpar de no ser honesto y sincero. Y ahora que puedo tomar las riendas de mi vida y que lo estoy haciendo, quiero que quede claro que lo voy a hacer y que nadie me lo va a impedir. Soy multiplicidades. Soy. Y es lo que importa: ser. Sigan mintiéndose ustedes, sigan creyéndose únicos, sigan creyendo que saben qué les depara la vida, sigan siendo lo que creen que son o lo quisiera ser pero no lo son. Eso no me importa. Lo que me importa es que yo soy. Y seré en tanto esté vivo y pueda la vida permitirme ser lo que soy, lo que he llegado a ser.




Esta es la canción con que me despido de todo esto:


domingo, 12 de junio de 2011

Cinco canciones





Recuerdas un atardecer pasado en un jardín de CU escuchando Western Eyes, de Portishead.

De ese atardecer sólo queda el recuerdo, la sensación inexacta de haberlo vivido. Queda la sensación de que al escuchar la canción una vez más tú estás ahí, tirado en el pasto, casi recostado, frente a un árbol viendo como cae la tarde y el sol brilla con una fuerza magnificente que casi te deja ciego, ese sol que penetra tus poros y te hace sentir contento. Recuerdas la sensación de estar perdido al escuchar esa canción, ese día, en el jardín, viendo pasar a la demás gente y pensando que sus vidas son mucho mejores que la tuya. Y vuelves tu cabeza para mirar la facultad de química y te preguntas: ¿Por qué no estoy ahí? ¿Por qué no soy aquellos que están ahí y tienen otra vida que no es la mía?

Pero es tarde, porque la canción va terminando y sólo escuchas ese sampleo tan singular que va al final de la canción: I feel so cold on hookers and gin. This mess we’re in. Y cuando acaba la canción sientes que ha sido un día inmejorable y que tu vida, tu propia vida, vale muchísimo más que la vida de los demás porque ellos nunca sabrán lo que es sentirse perdido escuchando Western Eyes en un jardín de Ciudad Universitaria.

Nunca sabrá lo que es sentirse solo, escuchando esa canción, justo cuando cae la tarde. Nunca como tú lo sientes. Nunca como lo has vivido.

Y luego, otra canción.

Esta canción te trae recuerdos más lejanos, de un par de años atrás, cuando aún no percibías las posibilidades de la vida. Aunque aún no sabes sí percibes totalmente las posibilidades de la vida. En sí, no sabes qué es la vida, pero tienes una intuición de lo que es la vida y quieres vivirla. Tal y como los rayos de sol que caían ese día sobre tu rostro.

Escuchaste por primera vez esa canción cuando ibas en la secundaria. Las cosas eran un mierda y, ahora, incluso ahora, te parecen que las cosas en ese periodo de tu vida eran una mierda. No crees equivocarte cuando piensas que el periodo actual es como ese periodo que viviste en tus dos últimos años en esa escuela. Es lo mismo. La rutina, la intolerable rutina, un día tras otro, como ver la imagen de ese balón de básquetbol tirado en medio de la cancha y que no has logrado quitar de tu cabeza, porque parecía que lo veías todos los días aunque sólo haya sido uno sólo, tal y como una pintura de Edward Hooper colgando frente a tus ojos en una ventana del salón de clases. Tal vez, ese sea el mayor recuerdo que atesores de esa época: el eterno balón de básquetbol tirado en medio de la cancha, esperando a alguien que llegará a patearlo o a moverlo del lugar. Pero en tu memoria nadie ha llegado aún. El balón sigue congelado por siempre. O al menos, hasta que tu vida se extinga.

Pero volvamos a la canción. Recuerdas haber visto el video por primera vez en MTV, en la mañana, antes de salir de casa para ir a la escuela y piensas que no estás seguro. Tal vez la escuchaste antes en la radio una de esas noches que tú primo te invitaba a su casa para que jugaras con su hijo. Una de esas noches de día festivo en que la ciudad era maravillosa y él ponía cualquier estación de radio y las canciones salían de las bocinas del automóvil para fijarse en tu memoria. Tal vez ahí escuchaste esa canción. Pero en vez de eso, recuerdas ver el canal de videos y ser como uno de los protagonistas del video. Un tipo que ha sido secuestrado y está en la cajuela del auto de unos amigos. Después escapa y persigue a sus captores a través de las colinas escocesas que desembocan a un lago y todos saltan al agua, se sumergen un poco para después pasar por una abertura que los lleva a un escenario flotante para terminar de cantar la canción. Un video maravilloso. Te falta mencionar que los amigos se encuentran cuando están revisando el cadáver de una cabra. ¿Y qué importa? Lo importante, lo verdaderamente importante, es que la canción te gustó mucho. Algo muy raro en esa época, en la cual rechazabas todas las canciones de bandas nuevas.

Ahora vuelves a escuchar la canción. Y sientes, tal como dice la letra, un extraño sentimiento de pertenencia a ese recuerdo, porque ahora la pregunta que plantea la canción se ha vuelto tuya: Why does it always rain on me?

Está muy claro que no sabes cómo contestar la pregunta. Sólo ves caer la lluvia sobre tu cabeza aunque el sol siga brillando para los demás.

Dos canciones más.

Los últimos días vividos no han sido nada gloriosos. Ahora piensas que cuando todo pase vas a verlos con nostalgia y que incluso pensarás que después de todo no eran tan malos. Pero como los estás viviendo, como los has vivido y el resultado al momento deja mucho que desear, piensas que son tan jodidos como esos días de secundaria.

Y hay dos canciones que te harán recordarlos perfectamente en un futuro cercano.

Una antes que la otra, porque cuando conseguiste ese asqueroso trabajo que según tú te iba a sacar de apuros pensabas que sólo iba a ser una prostitución pasajera fácil de tolerar y sin ningún daño colateral, que las cosas iban a ser sencillas y que no causaría más que una pequeña culpa moral en ti mismo, escuchabas esa canción para darte ánimo. Te decías que con la primera paga te ibas a ir de putas y a desquitar la frustración follando con un cuerpo enfermo, tal y como piensas que es el tuyo.

Nada de eso ha pasado aún y ahora te sientes más frustrado de lo que te sentías antes.

¿Cuántas veces has escuchado la maldita canción? Ni idea. Pero sientes que la pinche canción casi se inspiró en tu patética vida. No puedes parar de cantar: Don’t hurt, just obey. Lie down, do as they say. May as well be heaven this hell, smells the same. These sunless afternoons I can’t find myself!

Te das cuenta de que te has perdido de muchos atardeceres: ¡Soledad, soledad: el onceavo mandamiento!

La segunda canción la acabas de recordar hace poco. Por azar volviste a escucharla y te pareció el mantra correcto para recitar en los tiempos muertos. Es tú mayor deseo durante las horas muertas en el punto de engorde: cómo desaparecer completamente.

Escuchas un silencio y entonces empieza a cantar: I'm not here. This isn't happening. I'm not here, I'm not here... Otro momento y vuelves a la realidad, atiendes la rutina, el mismo esquema y después te vuelves a decir que no estás ahí, que eso no está pasando. Y así, toda la tarde y parte de la noche. Hasta que llega el momento y entonces cantas: In a little while I'll be gone.The moment's already passed, yeah, it's gone. Justo cuando la tortura del día ha terminado.

Vuelves a casa, cenas lo que haya en el refrigerador, fumas un par de cigarros y te deprimes amablemente antes de dormir tratando de no pensar en el día siguiente.

I wish it was the sixties, I wish we could be happy: I wish, I wish, I wish that something would happen...

Pero nada pasa, sólo la vida. Y con ella se va todo, de la manera más monótona en obsesivos días circulares. Realmente, ¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado? ¿Ha pasado algo?

Unos diez horribles meses con el mismo ritmo. Lo único que pasa, como ya decía, es la vida y pasa frente a mis ojos. Y yo no la puedo asir. Pasan las vidas de los demás y yo ni siquiera puedo mandarles un saludo porque estoy hundido en mis propios malestares.

Hace mucho que debí de pensar en un plan B para la vida. Nunca tuve un plan B. Tengo mundos paralelos que me ayudan a sobrellevar la vida pero para la vida no hay plan B. Sólo mundos paralelos para huir a ellos durante un rato. ¿Y después? Después, comprobar que sigues aquí y que nada está pasando en tu vida, que lo que pasaba ya pasó y pareciera que ya nada va a pasar. Desearía que algo pasara.

Desearía que estos fueran los sesentas noventas, desearía poder ser feliz. Deseo, deseo, deseo que pase algo…

¿Y quienes son tus verdaderos amigos? ¿Tienes verdaderos amigos, acaso? Cuentas dos, tres, tal vez cuatro, pero desde hace mucho tiempo que los has perdido o simplemente no los ves en meses o años. Tienes a tú mejor amigo, sí, al mejor amigo de tu infancia, pero sabes que es otro pedo y que no te comprende del todo como tampoco tú lo haces con él y sabes que a final de cuentas eso no importa porque la cosa no es comprenderse sino ser amigos. Pero en realidad, quieres a alguien que te comprenda. ¡Quiero a alguien que me comprenda! ¡Yo quería a alguien que me comprenda! ¡Quiero vivir, quiero respirar! ¡Quiero ser parte de la raza humana!

¿Qué está pasando sí algo está pasando? ¿A dónde carajos voy sí es que voy hacia algún lado? Las palabras se vuelven absurdas.

¿DÓNDE ESTÁS AHORA CUANDO TE NECESITO?


jueves, 9 de junio de 2011

¿Qué sucedió con aquél que era?



Para Eduardo de Gortari e Iván Ortega






Supongo que en vez del título que lleva este post debería llamarse: <<Autoconmiseración>>.

¿A qué me lleva todo ésto? Supongo que la actual situación de las cosas. Llevo días y días y más días sobre días preguntandome lo mismo: ¿Qué fue de aquél que era? ¿Qué sucedió con aquella persona que fui alguna vez y que en el camino dejé de ser para convertirme en algo así como una lata sin contenido, vacía sin haber agotado las posibilidades, simplemente evaporada por el descuido? Sí, joder, aquí cabe el vulgar lugar común: como una piedra rodante.

Pero en serio: ¿Qué sucedió con aquél que era?

Una pregunta que me hace recordar una gran novela de José Emilio Pacheco que muchos han leído y que seguro ya han de identificar. En nuestros primeros años siempre somos una promesa, siempre estamos en potencia, listos para realizarnos en el plano de inmanencia de la vida. Pero algo sucede, algo no esperado, algo no previsto. Y bien, terminamos en un lugar donde nunca creímos terminar. ¡La vida es maravillosa!

Me digo esto en medio de una crisis de casi un año sin escribir nada que tenga una pretensión infundadamente literaria. No hay nada de eso en mi vida ya. Simplemente hay borradores de borradores, notas al pie de página, un diario que no es un diario donde me encanta ejercer la autoconmiseración y sueños, sueños delirantes que son sólo eso: sueños. Fuera de eso, nada.

Intento a veces ejercer la escritura, pero siempre que comienzo me veo avocado a desechar todo lo que pueda salir del intento, considerandolo desde el inicio, una perdida de tiempo inútil, un producto desechable y estúpido. Obviamente no hay espacio para la confianza en uno mismo.

Apenas ayer, revisando un par de guías de estudio de mi época en el cch, me encontré con un par de papeles. Esos papeles reflejaban muy bien a aquella persona que fui en cierto tiempo. Reflejaban la apuesta y la inocencia que conlleva toda primera escritura. Está claro que sí hoy quisiera tratar de hacer lo mismo sería un grave error además una brutal falta de honestidad (aunque en sí, más que falta de honestidad, sería una ingenuidad brutal). Aunque esos primeros escritos fueran cursis, mal escritos, ingenuos y malos a secas, detecto un destello de energía singular en ellos. Hay algo que los hace más verdaderos que todo lo escrito posteriormente y con pleno uso de consciencia. Hace falta decir que daría mucho más por uno de esos feos y cursis poemillas que por el poema más logrado que haya llegado a escribir. Aunque nuestro amado maricón Oscar Wilde diga que toda mala poesía es sincera, yo preferiría esa mala poesía escrita en esos años a cualquier otra cosa.

También, las cartas. Y digo ésto, porque me doy cuenta de que lo único que puedo seguir escribiendo decentemente, son cartas. Pero las cartas no tienen valor literario alguno y menos las cartas que yo le escribo a los fantasmas. Así que es lo mismo que no escribir nada. Aunque últimamente, estoy seguro de haber escrito más páginas de cartas de las que puede tener cualquier intento de novela que haya escrito, para mi esas cartas no tienen sino un mero valor sentimental. No hay nada más en ellas sino la mera descripción de cómo aquella persona que era se ha convertido en un ente indefinido atravesado por la angustia y el desencanto. Extraño a la persona que era porque aún tenía esperanzas en algo, fuera el amor o la literatura.

Y está claro, que entre esos papeles que encontré estaba aquella primera carta que escribí como proyecto literario. Leerla me abruma de sobremanera. En esa carta, está resumido todo aquello que se perdió en mí. Por una parte, duele leer aquel proyecto tan lúcido y entusiasta que fui en algún momento y compararlo con la situación actual. Aquella primera carta también fue una carta a un fantasma, a uno de mis fantasmas más queridos en la vida y gracias a esa carta gané un pequeño premio que me brindó una alegría momentanea que es inolvidable, además de ser un puente para relacionarme con los que ahora son grandes amigos.

Hoy, a cuatro años de haberla escrito, celebro esa carta y celebro a la persona que era. No estoy totalmente arruinado como podría hacer pensar todo la bagatela anterior, pero está claro que ya nada volverá a ser como antes, tal y como dice una cursi canción de una banda infumable que prefiero olvidar. Y sin embargo, y recordando un gran poema de nuestra ya mencionada y tan querida loca JosemilioP: A todas partes vamos a no volver. Estamos por vez última en dondequiera.

La vida sigue su curso y ahora estoy aquí para no volver nunca más.


Les dejo mi carta. Espero la disfruten. Cambio y fuera desde las últimas regiones de la inmanencia:



Carta a Roberto Bolaño.




Querido Roberto Bolaño:

No como presentarme. No sabría hacerlo de una manera usual. En realidad no creo que sea necesario decir más que nombre y lo que soy: un lector empedernido, un joven valiente que desgasta su vista ante el filo de las letras y tiene como almohada un libro. Es por eso que te escribo esta carta.

que ya no la leerás pues hace tiempo que te has ido, dejándonos con la incertidumbre de saber si existe aquel paraíso que imaginabas: <<Como Venecia… un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa.>> Pero sabemos que el infierno existe y está en Ciudad Juárez, en Chile, en toda nuestra Latinoamérica y África; hasta en los lugares más profundos de nuestra memoria. Pero, ¿por qué escribir esta carta precisamente para ti? Porque te has convertido en un amigo, un amigo que no me deja en los momentos más duros de la vida, y porque me gusta escribirle cartas a mis amigos, sobre todo a aquellos con quienes tengo una buena correspondencia literaria.

Desde hace tiempo que te conozco de una manera velada por tus libros, no de la forma a la que podría conocer a ciertas personas. Sólo a aquellas que escriben y me muestran sus secretos y mentiras. Que te he conocido de una forma tal vez profunda, por tus libros, dónde se deja ver esa autobiografía mezclada con ficción. Esto sucedió una tarde a finales de noviembre del año 2005, cuando tus cenizas ya viajaban por el mar, cuando algunos decían que viajabas de regreso a tu patria. Patria, ¡qué gran mentira! que siempre decías que tu única patria eran tus hijos, y en segundo plano algunos libros, escenas, calles y momentos que ahora ya has olvidado. Estas cosas que ahora de ti, —pocas cosas— que en ese momento en el cual caminaba por los pasillos de la biblioteca, desconocía. Recuerdo que yo iba en busca de un libro de William Burroughs, desconfiando de la presencia de todas esas hojas empolvadas que me rodeaban. No encontré el libro, pero como no podía irme sin leer algo, probé con uno rojo bastante ancho de la misma editorial que el otro, por lo que podía confiar en él. Qué tontería confiar en los libros de una sola editorial, ¿no? Al tomarlo y leer la reseña, no quedé del todo convencido, me imaginaba una novela de esas que son como píldoras para dormir: gigantes. Creí que eras uno de esos escritores oficiales, eruditos apolillados y de falsa exquisitez. Estupideces de un lector inexperto. Pero no era así. Despegué con las historia de un poeta visceral, confundido y desesperado, que sólo puede confiar ciegamente en la poesía justo cuando empieza su aventura. En ese momento no pude detener ya la lectura. No dude en pedir el libro prestado y hasta la una de la madrugada de ese día no pude despegar la vista de él, justo cuando terminé la primera parte. Los días siguientes fueron una batalla llena de sangre, heridas mortales y fetidez; una batalla que aguanté como podía y en apenas siete días termine las más de seiscientas páginas de aquel libro llamado Los detectives salvajes. Desde aquel día mi vida ya no podía ser la misma. Ya no más.

Roberto, te hubiera querido agradecer en persona el abrirme esa nueva ventana, pero que nunca sucederá. Te has estrellado hace tiempo después de caer en llamas. <<Te debemos un hígado, Bolaño>> diría Nicanor Parra a quien tanto admirabas. Quiero creer que te has reunido con Mario Santiago, que caminas junto a él en otra vida, que vuelves a tener un encuentro con Enrique Lihn, que te has matriculado en algún curso que imparte Pascal en el más allá, aunque nunca hayas creído en eso. Pero basta de cursilerías, de elogios innecesarios que no te habrían gustado. Hablemos de otras cosas, como de Sensini, ese cuento maravilloso de escritores al borde del abismo, escritores pieles roja en la caza de premios búfalo. Ese cuento que se basa en la figura de Antonio Di Benedetto, a quien encontraste un día en el mismo concurso de cuarta regional en que inscribiste un cuento. ¿Cómo era posible que un gran escritor como él estuviera participando en un concurso menor como ese? Increíble pero cierto: ahí estaba él, en un certamen dónde normalmente están los aprendices. Exiliado como por las incongruencias de ésta vida. Pobre Antonio, murió sin que se le reconociese como se debía, de vuelta en Argentina dónde lo habían apaleado. Como el propio Mario, que después de regresar a México lo marginaron y odiaron por expresar lo que sentía y creía. A quien hasta ahora, unos pocos empiezan a reconocer, sólo después de que ha muerto. Escritores exiliados aun en su propio país. Como también Enrique Lihn, en quien creo ver otra parte de la figura de Luis Antonio Sensini, pues fue con él que tuviste una gran correspondencia cuando vivías en esa casa en ruinas, de Gerona. Correspondencia que te ayudó a seguir adelante, que te dio un nuevo ánimo para seguir escribiendo justo cuando creías que eso de la literatura había sido olvidado. Esas cartas larguísimas y desafiantes de Lihn que se fueron haciendo usuales, correspondencia entre poetas. De este hecho que sale una anécdota, en la cual Enrique, al parecer, creó un premio ficticio sólo para dártelo a ti. Donde no había dinero ni nada, sólo Lihn diciendo que te habías ganado ese premio. Y creaste a ese inolvidable escritor en el que creo ver las figuras de Di Benedetto y Lihn fusionadas. Cartas a distancia, concursos de cuento, un hijo desaparecido, un escritor que muere en la miseria y el recuerdo de éste en los ojos de su hija. Con un gran humor y una gran crudeza, donde un cuento puede cambiar de nombre cuatro veces y ser enviado a diferentes concursos para probar suerte, sin que aquellos jurados: (—<<Esa buena gente que cree en la literatura, esos lectores puros y un poco forzados>>—) como diría Sensini, se den cuenta. Y que gana dos concursos tal vez por la influencia del título. Cuento que no habría tenido sentido, según tú, si no hubiera ganado el primer lugar del concurso al que lo inscribiste. ¡Qué ironía! Y en general todos los cuentos de Llamadas Telefonicas son maravillosos. Un licuado entre escritores desesperados, detectives y vidas tambaleantes. E incurro en el error de elogiarte, pero es imposible no hacerlo.

De no haberte leído no habría descubierto a Cortázar, Borges, Bioy Casares, Vallejo, Parra, Lihn, Roque Dalton, Efraín Huerta, Felisberto Hernandez, Arenas, Vargas Llosa, entre los latinoamericanos; a los simbolistas franceses, a los dadaístas y surrealistas, poetas del siglo de oro, poetas griegos y latinos, a los poetas de Hora Cero o el que fue tu propio grupo, los Infrarrealistas, con lo cual estaría sin conocer al gran poeta que es Mario Santiago, tu mejor amigo. Me pregunto cómo era la correspondencia que tenías con Mario. Un verdadero poeta maricón y valiente. Un poeta que estaba en el centro del desastre, en la furia de la tormenta de mierda sin temer a nada. Aquel poeta que considerabas único, el mejor poeta al que conociste en toda tu vida, en una noche ideal para Jack (el destripador), como dijo él, en Bucarelí, durante los años setenta.

Todo esto fue después de haber escapado del golpe militar en Chile, gracias a la ayuda de unos ex compañeros del colegio que te ayudaron a salir de la prisión. Después de eso vagaste por toda Latinoamérica, conociendo a los asesinos de Roque Dalton; conociste el frío y el hambre. Un viaje que hiciste para hacer la revolución, pero que sólo te sirvió para conocer la muerte más de cerca. Un viaje que verdaderamente te cambió la vida. Y volviste a México derrotado: habías perdido un país pero habías ganado un sueño. Regresaste a esta ciudad, un monstruo en crecimiento, dónde lo que ahora es Eje Central se conocía como la avenida Niño Perdido. Bucarelí sería el centro del ciclón, desde el café La Habana, y los poetas infrarrealistas se atreverían a violentar el stablishment de las letras mexicanas. Eras joven y apasionado, leías poesía con fervor, como loco, y trabajabas en la sección cultural de un periódico para ganarte la vida. Fumabas cigarrillos Balí que no existen más y te atrevías, junto con Santiago, a arruinar los recitales poéticos del mismo Octavio Paz. Pero un día, un incidente te obligó a dejar el país. Santiago se había ido antes y le seguiste, por un momento, el infrarealismo murió. Fuiste a España donde te quedaste a vivir por el resto de tu vida, pero también viajaste por gran parte de Europa y a África. Conviviste poco tiempo más con Santiago pero finalmente él tuvo que regresar. Viviste en Barcelona, Gerona y después, definitivamente en Blanes. El tiempo no te permitió volver nunca más a México.

Volviste en una ocasión a Chile, pero para ti no era lo mismo y tus sentimientos fueron encontrados. Un lugar que fue el infierno, un lugar en el que parecía que no pasaba nada. Los asesinos no fueron castigados. Sacudiste el mundo literario chileno; te ganaste muchos enemigos gratuitos y algunos cuantos buenos amigos. Pero para ti, Chile no era sino el lugar donde naciste. Te quedaste con ganas de volver a México, pero el temor a que tu pasado siguiera latente en la memoria de muchos, te lo impidió. Tu temor y tu enfermedad.

Y ahora no estás aquí. Tus hijos se han quedado con una gran ausencia, así como tus lectores. Ya no escribes más y seguimos leyendo todo lo que nos dejaste. Pero incurro en la repetición de cosas que sabias mejor, cosas que algunas veces te avergonzaban y otras te enorgullecían. Eras el mejor escritor de tu generación, y apenas nos damos cuenta. Me gustaría haber hablado de muchas cosas contigo. De todos esos escritores a los que tu querías tanto, y de todos aquellos a los que detestabas; tal vez haberte preguntado a qué se debía esto de tu filosofía como escritor, de tus amigos, de Herralde, de tus días en Gerona, de los wargames que te gustaban tanto. Hablar contigo de Lautaro y Alexandra, y de Carolina también. Muchas cosas, multitud de cosas.

Escuchar los consejos que un discípulo de Morrison, consejos que tal vez tomaría a la ligera, aunque emocionado de escucharlos de tu boca. Pero pasan los años, la enfermedad te venció y Dionisos sigue triunfante. Cuántas palabras no pudimos decir antes de tu muerte.

¿Cómo estarán Lautaro y Alexandra? Me pregunto como están ellos ahora. Lautaro ha de tener mi edad, ignoro la de Alexandra. Me gustaría hablar con él, saber como es tu hijo, saber que a pesar de tu muerte sigues ahí, con él. que no responderás esta carta ni la leerás nunca, que mis palabras <<se las beberán los fantasmas>> como le dice Kafka a Milena. Sólo me queda de consuelo tus libros que uso como almohada: esas palabras que atesoro, pensar en las muchas cosas por leer y la vida no es tan breve como pensamos. Que hay libros por leer y poemas por escribir. Yo soy un buen lector y un pésimo escritor. Pero la apuesta siempre es alta y lo único que queda es arriesgarse.

Tal vez exista ese “más allá”, un paraíso parecido a Venecia, dónde te has matriculado a algún curso de Pascal y caminas con Mario Santiago en ese lugar que se desgasta. Más allá de <<donde se alza la primera roca de la Costa Brava>>.